martes, 19 de octubre de 2010

In memoria de José María Cagigal


Se han cumplido más de 25 años del accidente aéreo que causó el fallecimiento de José María Cagigal.

La noticia nos la dio a los alumnos Fernando Vizcaíno, por aquel entonces director del Instituto Nacional de Educación Física, y la misma produjo una gran consternación en la institución.

Mi promoción fue la última que pudo recibir su magisterio, y con él un caudal inmenso de conocimientos, de experiencias y de referencias bibliográficas a las que acudir para ampliar nuestra visión de la educación, la educación física y del deporte. También nos transmitió amor a la profesión docente y a sacudirnos cualquier complejo de inferioridad frente a otras profesiones u otras ciencias.

Era una persona sencilla, dotada de un verbo fácil y de una fina ironía. Asombraba verle en clase tan natural. No aburría y nos creaba las dudas suficientes sobre lo que exponía para que corriéramos a la biblioteca a indagar en otras fuentes . Era un magnífico profesor.

Pero Cagigal fue mucho más. Una obra extensísima nos dejó un pensamiento moderno y tremendamente actual sobre sus temas más recurrentes: educación física y deporte. Un hombre de su tiempo pero con ideas muy adelantadas al mismo.

Alguien lo ha denominado «moderno renacentista» por su visión cosmológica del ser humano y por su capacidad de aunar diferentes disciplinas, relacionar temas e integrarlas en un nuevo enfoque original. Su obra es fruto de una actividad intensa en busca del saber. Estudiaba, comparaba, analizaba, y al fin, creaba su propia forma de ver las cosas, construyendo su propio pensamiento.

El hombre era su verdadero interés, su educación y desarrollo, otorgando un papel especial a las capacidades física, como medio y herramienta para lograrlo. Así decía: «El objeto de la Educación Física es el hombre con sus posibilidades de acción y expresión».

No sólo otorgaba un papel instrumental al ejercicio para desarrollar y armonizar los cuerpos de los jóvenes, más allá, veía en la educación física la posibilidad de generar cultura y contribuir de manera fundamental a la educación integral del ser humano. Por eso abogó para que los profesionales de nuestra asignatura fuéramos pedagogos, y animó a teorizar sobre nuestras experiencias y dotarlas del exigido rigor científico.

Para ello impulsó la creación del Instituto Nacional de Educación Física, su gran obra. Le dedicó mucho tiempo y muchos esfuerzos, hasta ver como en 1964 se puso la primera piedra. Venció la incredulidad de muchos y la incomprensión de muchos más, pero en noviembre de 1967 comenzó a estudiar la primera promoción. No sólo dotó de un espacio universitario a esta disciplina, además le dio sentido, corpus científico, seriedad y la oportunidad de crecer intelectualmente.

Dignificó una profesión sumida en el ostracismo académico de la época, y la sacó a la luz, dotándola de un objeto claro, la educación del hombre a través del ejercicio y el deporte, y lo impregnó de una filosofía humanista.

Hoy, el INEF convertido en Facultad, está integrado de pleno derecho en la Universidad y afronta sus planes de renovación como consecuencia de Bolonia en paralelo a todas las demás carreras universitarias.

Su otro gran objeto de estudio fue el deporte. De hecho, inventó el término de «homus deportivus» para denominar al hombre de la sociedad contemporánea. Consideraba el deporte un fenómeno social de tal envergadura como para poder calificar a la sociedad de final del siglo XX como una sociedad deportiva. «El deporte, como toda actividad humana de carácter espontánea, llena de riqueza vital, debe ser estudiado desde todo los ángulos de la cultura y cómo su desarrollo se ha convertido en un hecho social».
Separaba el deporte parta todos, que denominaba «deporte praxis» del deporte de alta competición que denominaba «deporte espectáculo».

Para Cagigal, el primero representaba la pureza, el deporte original y la forma más natural de hacerlo . Pronosticó su crecimiento como parte del ocio y del tiempo libre del futuro. En parte acertó.

El deporte espectáculo representaba el deporte de masas, y ya identificaba algunos de sus graves problemas actuales: violencia, excesiva preocupación por los récord, demasiado mercantilismo, etcétera, y advertía de las amenazas que aparecerían en el futuro: dopaje, especulación, crecimiento desmesurado, etcétera. No se equivocó, y sus malos presagios sobre la influencia de lo político-económico en el deporte se han confirmado.

En la época actual, donde la Educación Física se enfrenta a retos viejos pero en tiempos actuales, donde vuelve a ser poco considerada y donde se percibe cierta frustración entre los profesionales, necesitamos rearmarnos moralmente y una cura de autoestima. Es recomendable una relectura o una primera lectura de las obras del insigne y querido profesor que ponga el reloj en hora.

Su pensamiento sigue vivo y debe ser aprovechado, y es más, debe ser continuado con personas que sean capaces ser tan integradores, generosos y preclaros a la hora de escribir, teorizar y crear ciencias desde nuestras experiencias. Las nuevas generaciones deben conocer su obra y, desde un espíritu crítico, indagar, buscar, comparar y encontrar matices nuevos y diferentes enfoque para nuestra profesión.

Su obra no es un catecismo ni un libro único sobre la educación física y el deporte. Pero es un punto de partida extraordinario, actual y variado de nuestro objeto educativo, el hombre en movimiento. Desde lo corporal a la cultura.

Se lo debemos como alumnos, como compañeros, como profesionales, y nos lo debemos como hombres y mujeres que contribuimos cada día al desarrollo del ser humano a través de la educación física y del deporte.

Cagigal vive en cada uno de nosotros.

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