miércoles, 20 de octubre de 2010

Trotador urbano


Desde hace muchos años me gusta correr. Lo hago por mantener una buena condición física y cuidar mi salud. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo y los años van pasando y pesando, corro fundamentalmente por bienestar mental.

Cada vez más son más las personas de mediana edad, hombres y mujeres, que dedican un tiempo mayor a esta actividad, donde encuentran en muchos casos una soledad y un espacio alternativo propio que lo aísla del estrés del día a día.

Ponerse las zapatillas, un pantalón y una camiseta es toda la liturgia que necesita el trotador urbano. Una especie no nueva pero sí en aumento entre la diversidad de tipologías de seres humanos que habitan en nuestras metrópolis. Podemos añadir unos cascos con la música favorita que hará las veces de banda sonora y nos permitirá trasladarnos en pensamiento a otros lugares, a otros momentos, a otras ideas. En fin, lograremos apartarnos, durante unos minutos más o menos largos, del mundanal ruido logrando para uno mismo un tiempo y un espacio nuevos.

Para mí es una ínsula liberadora que utilizo para pensar; reconocerme a mí mismo, recordar, preguntar y hallar respuestas; ver las cosas con otros ojos. Muchas veces corro para huir de problemas y cuando vuelvo de la carrera lo hago con algunos menos. Es un tiempo mágico que permite al cerebro cavilar sin presión, buscar alternativas, flexibilizar las respuestas y aproximar, al menos, soluciones. Lo inconsciente tiene oportunidad de hacerse consciente y permite un análisis más sosegado de las cosas, que convierte lo incomprensible en algo más entendible. Los imposibles empiezan a ser probables. El «no» puede ser pasa a ser «quizás», y el «mañana» se convierte en «por qué no hoy».

Cuando no puedo correr no es sólo mi cuerpo quien lo nota, también mi cabeza. No sólo mi forma física se deteriora, igualmente pierdo parte de mi bienestar mental. Por ello, intento encontrar un hueco en el que abandonar la dimensión habitual por otra diferente, distinta, única, que me concede una tregua.

Hasta aquí el carácter reparador y también terapéutico de la carrera. También hay que vindicar su carácter creativo. La imaginación del corredor no encuentra obstáculos y los sueños encuentran un lugar más allá del descanso nocturno. La diferencia es que somos más dueños de lo que pensamos y podemos hacer un uso mayor y más útil de nuestra tormenta de ideas particular.

He corrido en París, en Buenos Aires, en Montevideo, en Asunción, en Marsella, en Normandía. Lo he hecho en Alicante, Murcia, Santander, Badajoz, Tarragona, Bilbao, etcétera, y me ha servido para conocer de otra forma estos sitios y muchos más. En todos encontré un placer diferente unido a los anteriores ya descritos. El placer de la contemplación de bellos paisajes y maravillosos parajes, unos llenos de historia, otros llenos de vida. Todos con algo que contar.

Confieso que, para mí, hay un lugar especial. Al sur, muy cerca de Cádiz, frente a África y en el mismo Cabo de Trafalgar. Allí, entre pinares hay una senda que rodea La Breña. Allí, y perdida entre la vegetación, una torre, la de Meca, que da nombre al lugar: Los Caños. Correr por esos caminos, rodeado de jaras, dunas y sobre todo silencio, mucho silencio, hace que encuentre el máximo bienestar físico y mental. Ese que tanto perseguimos hoy y al que la comunidad científica relacionada con la actividad física y el deporte le dedica tantos trabajos y horas de investigación. Mejor sería dedicar el tiempo y dinero a convencer a nuestros jóvenes de la bondad del ejercicio físico y, sobre todo, de este tan sencillo y barato, como es correr.

Nuestros niños y jóvenes, paradójicamente, cada vez hacen menos deporte. Cuando más medios hay, la práctica de ejercicio físico regular sufre un deterioro creciente en beneficio de otras actividades sedentarias. Los que corremos somos los de 30 o más.

No sólo serán más obesos y con mayor tendencia a padecer enfermedades cardiovasculares, también carecerán de los otros beneficios apuntados y relacionados con la salud mental y el equilibrio psíquico, además de un magnífico tratamiento antidepresivo y antiestrés.


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